“Las personas grandes me aconsejaron que
dejara a un lado los dibujos de serpientes boas abiertas o cerradas y
que me interesara un poco más en la geografía, la historia, el
cálculo y la gramática. Así fue como, a la edad de seis años,
abandoné una magnífica carrera de pintor.”
Antoine de Saint- Exupéry.
Alguien me
dijo que sólo uno de mis textos está “bien escrito”.
“Tienes
razón” le dije, “Escribo con las tripas”. Aún en las cosas
mal hechas hay un sentido.
Luego me
quedé pensando en las formas de expresión que están “mal
hechas”.
Pensé otro
rato y me quedé dormida.
No, no pude
encontrarlas.
Así el
niño juega con los plumines de colores, los destapa, los huele, los
lame. No le gustan y entonces va y busca un crayón, toma primero el
verde, lo muerde y no le gusta. Toma el color amarillo y el rojo y
los mezcla, le gusta mucho más el color naranja. Toma el crayón
azul y le quita el papel que lo envuelve ¡Ese color sí que le
encanta!
Pero se le
ocurre tomar con su manita todos los colores juntos, tiene que
iluminar un árbol que le pusieron en el cuaderno, pero le estorban
las rayitas del contorno; como que siente que las ramas no pueden
quedarse sólo ahí, entonces sucede algo maravilloso ¡Se sale de la
rayita! Y se sale de la hoja, y raya la mesa, el piso, y las paredes.
Acto
seguido llega alguien y lo regaña, casi siempre estas personas
tienen forma de monstruo verde, patas de araña, ojos de sapo y
cuernos de escarabajo, tienen unos colmillos grandotes y si los
muerdes saben ¡Guácala! como a hígado de bacalao y cierra su
elaborado discurso con un: “¡Y, además, no puedes salirte de la
rayita!” mientras mueve de arriba abajo el dedo índice.
El niño le
pide entonces que intente iluminar su árbol con una sola regla:
salirse de la rayita.
Uno pues,
tiene una tendencia, quizá una vocación, a salirse de esa
imaginaria y traicionera rayita.
Una vez
hice un test vocacional y en el resultado me salió: “Usted, es una
persona apta para salirse de la rayita”
Las rayitas
son un muro, un muro más grande que el de la frontera entre México
y Estados Unidos, uno, como el muro de Berlín. No, no se crean, el
muro de las rayitas de colorear es todavía más grande, es como
todos los muros del mundo juntos.
Así
cantaba Víctor Jara: “Yo
no canto por cantar, ni por tener buena voz. Canto porque la
guitarra, tiene sentido y razón”
Esto no es
tampoco una defensa a la falta de empeño. No, jamás.
También
están los artistas que con mucha dedicación logran recitales
magnánimos, ayer, por ejemplo, escuchamos el trabajo completo de un
amigo que ha dedicado su juventud a estudiar la música con tesón.
Schubert era lo que proyectaba su poderosa y oscura voz.
Torpemente
le pregunté: ¿Qué se siente cantar de esa forma durante hora y
media? Él me respondió: “Para eso me entrenaron”
Quedé
callada.
Que también
es una forma de mostrar respeto y admiración.
Así entre
el juego le digo a mi “crítico” que muchas gracias, sonrío
levemente. Repito, muy levemente.
Nunca voy a
convertirme en premio nobel de la literatura, es que ¿saben qué?
Cuando era chiquita, me caí de la cama en
noche
de luna llena y una bruja me echó una maldición; sopló en mi
rostro polvos de alas de murciélago y me dijo: “Tú jamás, pero
nunca jamás podrás escribir bien y tendrás una deficiencia eterna
en el uso de las reglas de redacción”
La miré a
los ojos y le pregunté ¿Esperabas algo de mí?
“¡Muaja-já!”
Y voló en su escoba.
Pongo estos
garabatos en las manos de quién los quiera conservar y en los
corazones de quien se deje sentir un poquito de lo que sea su
voluntad.
Cierro con
un fragmento que aparece en el libro Clases
de literatura
de Julio Cortázar, que es una transcripción de la cátedra que dio
en una universidad.
Un alumno
le preguntó que por qué había escrito las Historias
de cronopios y famas:
“Hacia los años 50, después de un proceso que les voy a
resumir en unos minutos, escribí una serie de pequeños textos que
luego se publicaron con el nombre de historias
de cronopios y famas. Hasta ese momento había escrito una
o dos novelas y una serie de cuentos fantásticos; todo lo que había
escrito podía considerarse como “literatura seria” entre
comillas, es decir que si había allí elementos lúdicos- y sé muy
bien que los hay- estaban un poco más disimulados bajo el peso
dramático y la búsqueda de valores profundos. Sucedió que, cuando
al leer esas historias de
cronopios y de famas a mis amigos más cercanos, la
relación inmediata tendió a ser negativa. Me dijeron: “¿Pero
cómo puedes perder el tiempo escribiendo esos juegos? ¡Estás
jugando! ¿Por qué pierdes el tiempo haciendo eso?”. Tuve ocasión
de reflexionar y convencerme ( y sigo convencido) de que no perdía
el tiempo sino que simplemente estaba buscando y a veces encontrando
un nuevo enfoque para dar mi propia intuición de la realidad”
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