viernes, 10 de noviembre de 2017

Salirse de la rayita

Las personas grandes me aconsejaron que dejara a un lado los dibujos de serpientes boas abiertas o cerradas y que me interesara un poco más en la geografía, la historia, el cálculo y la gramática. Así fue como, a la edad de seis años, abandoné una magnífica carrera de pintor.”
Antoine de Saint- Exupéry.


Alguien me dijo que sólo uno de mis textos está “bien escrito”.
Tienes razón” le dije, “Escribo con las tripas”. Aún en las cosas mal hechas hay un sentido.
Luego me quedé pensando en las formas de expresión que están “mal hechas”.
Pensé otro rato y me quedé dormida.
No, no pude encontrarlas.

Así el niño juega con los plumines de colores, los destapa, los huele, los lame. No le gustan y entonces va y busca un crayón, toma primero el verde, lo muerde y no le gusta. Toma el color amarillo y el rojo y los mezcla, le gusta mucho más el color naranja. Toma el crayón azul y le quita el papel que lo envuelve ¡Ese color sí que le encanta!

Pero se le ocurre tomar con su manita todos los colores juntos, tiene que iluminar un árbol que le pusieron en el cuaderno, pero le estorban las rayitas del contorno; como que siente que las ramas no pueden quedarse sólo ahí, entonces sucede algo maravilloso ¡Se sale de la rayita! Y se sale de la hoja, y raya la mesa, el piso, y las paredes.

Acto seguido llega alguien y lo regaña, casi siempre estas personas tienen forma de monstruo verde, patas de araña, ojos de sapo y cuernos de escarabajo, tienen unos colmillos grandotes y si los muerdes saben ¡Guácala! como a hígado de bacalao y cierra su elaborado discurso con un: “¡Y, además, no puedes salirte de la rayita!” mientras mueve de arriba abajo el dedo índice.

El niño le pide entonces que intente iluminar su árbol con una sola regla: salirse de la rayita.

Uno pues, tiene una tendencia, quizá una vocación, a salirse de esa imaginaria y traicionera rayita.
Una vez hice un test vocacional y en el resultado me salió: “Usted, es una persona apta para salirse de la rayita”

Las rayitas son un muro, un muro más grande que el de la frontera entre México y Estados Unidos, uno, como el muro de Berlín. No, no se crean, el muro de las rayitas de colorear es todavía más grande, es como todos los muros del mundo juntos.

Así cantaba Víctor Jara: “Yo no canto por cantar, ni por tener buena voz. Canto porque la guitarra, tiene sentido y razón”

Esto no es tampoco una defensa a la falta de empeño. No, jamás.

También están los artistas que con mucha dedicación logran recitales magnánimos, ayer, por ejemplo, escuchamos el trabajo completo de un amigo que ha dedicado su juventud a estudiar la música con tesón. Schubert era lo que proyectaba su poderosa y oscura voz.
Torpemente le pregunté: ¿Qué se siente cantar de esa forma durante hora y media? Él me respondió: “Para eso me entrenaron”
Quedé callada.
Que también es una forma de mostrar respeto y admiración.

Así entre el juego le digo a mi “crítico” que muchas gracias, sonrío levemente. Repito, muy levemente.

Nunca voy a convertirme en premio nobel de la literatura, es que ¿saben qué? Cuando era chiquita, me caí de la cama en noche de luna llena y una bruja me echó una maldición; sopló en mi rostro polvos de alas de murciélago y me dijo: “Tú jamás, pero nunca jamás podrás escribir bien y tendrás una deficiencia eterna en el uso de las reglas de redacción”
La miré a los ojos y le pregunté ¿Esperabas algo de mí?
¡Muaja-já!” Y voló en su escoba.

Pongo estos garabatos en las manos de quién los quiera conservar y en los corazones de quien se deje sentir un poquito de lo que sea su voluntad.

Cierro con un fragmento que aparece en el libro Clases de literatura de Julio Cortázar, que es una transcripción de la cátedra que dio en una universidad.
Un alumno le preguntó que por qué había escrito las Historias de cronopios y famas:

 “Hacia los años 50, después de un proceso que les voy a resumir en unos minutos, escribí una serie de pequeños textos que luego se publicaron con el nombre de historias de cronopios y famas. Hasta ese momento había escrito una o dos novelas y una serie de cuentos fantásticos; todo lo que había escrito podía considerarse como “literatura seria” entre comillas, es decir que si había allí elementos lúdicos- y sé muy bien que los hay- estaban un poco más disimulados bajo el peso dramático y la búsqueda de valores profundos. Sucedió que, cuando al leer esas historias de cronopios y de famas a mis amigos más cercanos, la relación inmediata tendió a ser negativa. Me dijeron: “¿Pero cómo puedes perder el tiempo escribiendo esos juegos? ¡Estás jugando! ¿Por qué pierdes el tiempo haciendo eso?”. Tuve ocasión de reflexionar y convencerme ( y sigo convencido) de que no perdía el tiempo sino que simplemente estaba buscando y a veces encontrando un nuevo enfoque para dar mi propia intuición de la realidad” 

jueves, 9 de noviembre de 2017

Placeres

Placeres.

Despertar tarde y hacer conciencia de que amanecí en sábado, ponerme otra vez la cobija, darme la vuelta y dormir otro rato. 

La llegada de la primavera, el calor, las flores, comer sandía.

Amo el otoño y su aroma a mandarina y cempasúchil. El día de muertos y ver como el viento mueve el papel picado. 

Amo el alma de los poetas, las manos de los ancianos, los ojos de las abuelas. 

Me gusta comer elote, meter las manos a la tierra, sentir su frescura y poner una semilla. 

También me gusta oler el romero, la sopa de estrellitas, las entomatadas y que me preparen pozole en mi cumpleaños. 

El olor y sabor de café con canela. 

Me gusta ver a la gente que besa con respeto las manos y la frente de otros. 

Disfruto escuchar la música triste cuando estoy triste, la voz de Violeta Parra, poner la misma canción muchas veces, el lugar común. 
Me gusta sentir que las lágrimas alivian el alma. 

Me emocionan las personas que leen bonito en voz alta, fuerte, claro.
Me gusta escribir cartas, los lápices de colores, que la basura del sacapuntas se haga espiral. 

La intensidad del mar, su locura y su calma, pasar horas mirándolo de frente, escuchar su música de inmensidad; sentir la arena en los pies, en las manos, la brisa en la cara. 
Las caracolas. Saberme pequeña. 

Me gustan las preguntas curiosas de los niños, verlos correr incansables y también inalcanzables.

Amo el color de las montañas, de lejos se ven azules, de cerca se miran verdes; y sentir sus formas como un abrazo. Me gustan las piedras con cuerpos raros y guardarlas, porque cuando las veo me acuerdo del lugar en que las levanté. 

Me gusta la gente que en lo último que piensa es en competir, la que ya sabe quién eres sin conocerte (porque siente).
La gente que te mira a los ojos mientras escucha. 
La gente que escucha. 

La solidaridad, la rebeldía, los ojos de los zapatistas, su disciplina, sus pasos.
El calor de su palabra.
Lo que significan sus palabras: “compañera”, “compañero”, “nosotros”, “cabal”. 

También me gusta el sonido de otras palabras: caricia, abstracto, daltónico, éxtasis, júbilo, queso, viña, falaz, fugaz, piel, vereda, bandido, clandestino, son, menjurje, bruja, cosmos, exilio, Inti, coconito, cóndor, mariposa, biznaga, candela, dentífrico, bolígrafo.

Me gusta que un libro me haga ir al fondo del alma y regresar, las películas que me hacen llorar.

El espejo “yo soy tú, tú eres yo” de las mujeres.
Que a los varones se les quiebre la voz.

Amo el frío y la oscuridad de la noche, las formas de la luna, las estrellas fugaces como la vida, me gusta ver el parpadear de las estrellas, imaginar sus revolucionarios incendios que yo sólo puedo ver como un pequeño pálpito de llama de vela. 
Me gusta que al caminar me siga la luna. 

Me gusta el olor a leña quemada y árbol de guayaba porque me recuerdan a la casa de mi abuela. 

El silencio.